La Fundación Amigó gestiona, entre otros muchos proyectos, 7 centros de acogida de menores donde se atiende cada año a unos 220 niños, niñas y adolescentes, de los más de 14.000 menores en situación de guarda o tutela en España. Se trata de centros residenciales en País Vasco, Cantabria y la Comunidad Valenciana. Son menores que han debido ser separados de sus familias debido a problemáticas graves tales como abandono, maltrato físico y psicológico, abuso sexual, pautas de crianza inadecuadas, encontrándose en situaciones de desprotección evidente, donde sus derechos básicos (derecho a la salud, a ir a la escuela, a ser tratados/as con dignidad, a ser escuchados, etc.) se ven vulnerados.
Los equipos educativos de estos centros, formados principalmente por educadores/as y trabajadores/as sociales y psicólogos/as, tienen la enorme responsabilidad de velar por el bienestar físico y psicológico de estos niños/as, y el enorme reto de habilitar un entorno donde sus derechos puedan ser restaurados, y sobre todo, un entorno donde se sientan seguros y queridos. Y es que a pesar de las diferencias en los perfiles de estos menores, todos/as presentan un elemento en común: una gran carencia afectiva.
Al tratarse de centros de acogida de menores tutelados por el Estado, prestamos especial cuidado en preservar sus identidades, en no mostrar sus rostros, en normalizar al máximo sus vidas, en evitar que sean estigmatizados por vivir en un centro de acogida. No publicamos noticias ni entrevistas, no podemos mostrar las instalaciones de los centros porque hacemos que el centro sea su hogar durante un tiempo (¡en ocasiones varios años!), donde tienen su habitación, sus cosas, su vida, su intimidad…Y no les hacemos sentir diferentes por vivir en un centro de acogida. Por eso esta parte de nuestra labor no es la más visible, pero es la más relevante para la vida de todos ellos.
Debemos velar por sus derechos porque ser menores, porque es nuestra obligación, porque no se merecen pasar por estas experiencias tan traumáticas y porque están dentro del “sistema de protección”, pero a ellos el sistema llegó a sus vidas cuando ya estaban desprotegidos. Ahora nos toca ayudarles para minimizar las consecuencias de los daños, en ocasiones irreparables, para que logren superar la adversidad y para demostrarles a todos y cada uno de ellos que son importantes y que nos importan.
Gracias a los educadores y educadoras de la Fundación Amigó que lo hacen posible.
Carolina Guerrero, técnico de sistematización e innovación de proyectos en Fundación Amigó