Desde el pasado mes de septiembre desde el Proyecto Conviviendo iniciamos 3 sesiones grupales sobre ciberbullying, dirigidas a profesionales de la plataforma Pinardi. Estos 3 talleres estuvieron dirigidos a diferentes formaciones, desde profesores a educadores.
Las tres sesiones fueron dirigidas a diferentes profesionales siendo el total 109 personas, 37 hombres y 72 mujeres, los tres talleres fueron iguales en contenido y constaban de 4 horas. La satisfacción por nuestra parte es muy adecuada ya que los/as participantes se implicaron y aprovecharon el contenido, siendo también por su parte, según nos han trasmitido, muy satisfactorio.
Dentro del tema a tratar, la violencia entre adolescentes y más concretamente el ciberabuso, se profundizó en los sentimientos, pensamientos y acciones de los/as menores implicados/as así como de los adultos, tanto familiares como profesionales. Del trabajo de los equipos se obtuvieron una serie de buenas prácticas a la hora de abordar un caso de ciberabuso.
Desde aproximadamente el año 2004 se empezó a trabajar en profundidad en este tema a raíz de múltiples casos, algunos de extrema gravedad. El uso de la violencia en las aulas que traspasa esa barrera, convirtiéndose en ciberabuso y por lo tanto convirtiéndose para la víctima en un abuso continuado e imposible de romper, generando mayor malestar en cuanto a la generalización del abuso a todos los ámbitos de su vida, incluso cuando se está en el domicilio, lugar que debería ser un entorno seguro para los/as menores.
Los/as adultos/as debemos tomar conciencia de la gravedad de estas situaciones, prestando la atención que requieren e involucrando a los/as menores para que sean ellos/as mismos/as parte de la solución.
A continuación, presentamos las buenas prácticas que los/as profesionales que asistieron al taller obtuvieron de las dinámicas grupales realizadas:
Además de estas valiosas buenas prácticas, surgieron diversas reflexiones, me gustaría compartir dos de ellas, por lo interesante del debate resultante de ellas.
La primera hace referencia a la situación más grave, aunque desgraciadamente existente e iba dirigida a cómo abordar la pérdida de un/a alumno/a por un suicidio a consecuencia del abuso. El cambio que supone afecta a todos/as menores y profesionales que se encontraban en el entorno del fallecido, y por ello se debe trabajar. Lo ideal, aunque como vemos en los medios de comunicación, no siempre se consigue es la prevención, el poner todos los esfuerzos en evitar la muerte de un/a menor. Prestando atención a los/as niños/as más vulnerables. Prestando atención a los indicios que aumentan la posibilidad de un suicidio (ideas, planificación, aislamiento, etc.). Educar a los profesionales y familiares sobre las conductas suicidas. Trabajando por informar, concienciar y sensibilizar a menores, familiares y profesionales sobre el abuso, acoso y ciberabuso. Potenciando una adecuada salud mental y gestión emocional en los/as menores y en sus formadores/as, tanto en el ámbito familiar como en el profesional. Fomentar la cohesión y cooperación en los grupos de iguales. Etc.
Si la prevención no tiene el resultado esperado, debemos tener en cuenta que el fallecimiento, o incluso el intento de suicidio que no ha acabado con la muerte del menor afecta directa o indirectamente en muchas personas, familiares, profesorado, otros profesionales que conocen a la familia, compañeros/as de clase y de otras actividades etc. Así como también afecta a las dinámicas previas en los grupos, por ello ante esta grave situación se debe dar apoyo a todos/as los/as involucrados, en la medida de lo posible, prestando especial atención a los menores y a los familiares más directos. En estos casos como profesionales debemos tener en cuenta que son el padre y la madre los que toman la decisión última, tras hablar con ellos y con su aceptación se comunicará el fallecimiento a los profesionales y a los compañeros/as y si están de acuerdo se les informará que la muerte ha sido un suicidio. Así mismo, es de vital importancia completar los hábitos culturales en torno a la muerte, pero de nuevo serán los familiares los que aceptarán o no la asistencia de los compañeros/as, amigos/as y profesionales al funeral. Si lo anterior no fuera posible debido al deseo expreso de la familia, se ofrecerá tanto a menores como a profesionales un entorno en el que poder comunicarse y expresarse por lo sucedido, ofreciéndoles siempre apoyo.
Por otro lado, y como última reflexión obtenida de los talleres, comparto con vosotros/as la inquietud de uno de los participantes. Reflexionaba sobre los estereotipos ligados a la palabra víctima, y cómo se debe romper con ellos. Por ello deberíamos adecuar el lenguaje para no encasillar a las personas, y quizás no utilizar tanto la palabra víctima. Asimismo, añadía que la palabra victimario, poco utilizada, podría ser adecuada para romper con las falsas creencias que rodean a los diferentes roles en una situación violenta.
A modo de conclusión, el apoyo otorgado a las personas que reciben violencia es la herramienta que no debe faltar.
Irene Gallego
Psicóloga del Proyecto Conviviendo