Erase una vez una casa, dentro de un edificio muy antiguo de un barrio de Alicante. Era una casa gris, vacía, sin alma y llevaba muchos años sin que alguien abriera sus ventanas, sin que saliese de su cocina el olor de algo que se cocinaba o se oyera ruidos de personas en sus habitaciones. La casa ya pensaba que jamás volvería a guardar a una familia dentro y conforme pasaron los años, perdió la esperanza, creyendo que terminaría sus días acumulando polvo y animalitos de paso. Pero un día, siendo toda una sorpresa para ella, la casa fue abierta y las personas que entraron dentro comenzaron a quitar los viejos suelos sustituyéndolos por otros nuevos, arrancaron las trastabilladas ventanas de madera y colocaron unas más resistentes, pintaron las paredes de colores más vivos para tapar esa superficie gris, instalaron luces nuevas, una cocina, baños, muebles… todo nuevo. Hacía muchos años que la casa no se veía con ese aspecto tan bonito. Pero aún me faltaba algo a esa casa, le faltaba tener alma. Y eso no tardó mucho en llegar, porque un día llegaron unos/as niños/as, después otros/as y otros/as… Niños/as que entraban para quedarse un tiempo y que después se marchaban para siempre.
Esto podría ser una historia más dentro de un libro de cuentos, pero es tan real que se puede palpar. La casa, el Centro de Acogida de Menores San Gabriel, dependiente de la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas de la Generalitat Valenciana y gestionado por Fundación Amigó, lleva ya diez años manteniendo viva ese alma, esa esencia que tienen los hogares donde existe vida, gracias a todos/as los/as niños/as que van pasando por allí, dejando un poquito de su energía, y a las personas que forman parte del equipo educativo, procurando que se mantenga ese equilibrio que tanto nos ha costado lograr. Porque este clima de familia y calidez no es algo que se consiga en unos días o unos meses; se consigue con la suma de las alegrías de los logros, del aprendizaje de los errores, del crecimiento de sentimiento de pertenencia que surge en cada niño/a, de la complicidad, del ejercicio de comprender y empatizar, de los días malos y las autocríticas. Todos y todas, niños y adultos, hemos necesitado nuestro tiempo para ir salvando obstáculos y superando etapas, quitarnos el miedo a lo desconocido para hacerlo familia, por eso hoy, diez años después, nos es tan fácil hablar de esta casa sin evitar emocionarnos y sentirnos orgullosos.
Pero no solo es importante lo de dentro, también lo de fuera. Una familia, si no se siente integrada en una comunidad, se debilita y se vuelve transparente, pero si forma parte de esa colectividad puede hacerse incluso más fuerte. Por eso ha sido tan importante que CAM San Gabriel, las personas voluntarias y las entidades colaboradoras que han querido sumarse, se viesen además dentro del barrio que le da su nombre. CAM San Gabriel, es tan importante en el barrio como lo es la casa de cualquier vecino, el parque donde juegan los/as niños/as, la iglesia, los colegios o los comercios; se trata de un trabajo largo pero constante, en el que hemos puesto nuestros esfuerzos tanto el equipo educativo como los vecinos que nos rodean en sus diferentes ámbitos, para que hoy, nuestra casa, sea una pieza más del puzle de esta comunidad.
Viendo lo que éramos, lo que hemos ido aprendiendo a ser y lo que somos ahora, nos llena de orgullo y nos da la suficiente convicción para creer que el proyecto de CAM San Gabriel puede seguir funcionando otros diez años y mucho más.