La semana pasada celebramos en la residencia socioeducativa Cabanyal de Valencia las fallas más atípicas del mundo y, sin embargo, fueron las fallas más mágicas de toda nuestra historia…
Sabíamos que por responsabilidad y respeto, no podíamos celebrar una fiesta fallera al uso, haciendo entre todos y todas la falla tradicional, plantándola, tirando petardos, haciendo nuestro concurso de paella, y teniendo nuestra particular «cremà» y «nit del foc», porque seguimos en lucha contra el virus. Pero después de haber estado muy asustados/as y aturdidos/as el año pasado, porque no sabíamos a lo que nos íbamos a enfrentar, ni si podríamos hacerlo, este año volvíamos a tener la piel sensible, perceptible y caliente. Este año los chicos y chicas y todo el equipo educativo, merecíamos nuestra fiesta, un tanto diferente, pero merecíamos celebrar, por todo lo que hemos pasado juntos, por la fortaleza, valentía, madurez, responsabilidad y sacrificio que han demostrado (y demuestran) nuestros chicos y chicas y porque estamos orgullosos/as de cada uno de ellos y de ellas.
La versión popular del origen de las fallas cuenta que fueron iniciadas por el gremio de carpinteros quienes, la víspera del día de su patrón San José, quemaban las virutas y trastos viejos sobrantes, haciendo limpieza de los talleres antes de entrar en la primavera. Para ello realizaban una hoguera, pero esta tenía un sentido purificador ya que el objetivo era desprenderse de lo viejo, lo malo y lo inútil para renovarse.
Este año en Cabanyal hemos querido recuperar la esencia más básica de las fallas, porque transitar por el 2020 nos ha hecho entender que lo importante en la vida es aquello esencial.
Nuestra «cremà» particular consistió en reunirnos chicos, chicas, educadores y educadoras en torno a una vasija. Cada persona tenía un papel en blanco en el que debía escribir aquello, de sí mismo o de su vidas, que quería quemar, de aquello que se quería desprender, aquello que querría transformar. Con música de fondo y en absoluto silencio, cada uno iba levantándose y echando su papel en la vasija. Cuando por fin estuvieron todos dentro, les prendimos fuego y, abrazados a nosotros mismos, pero sintiendo el refugio del grupo, vimos prender esa hoguera colectiva, hecha de pedacitos individuales y mientras ardía, sentimos que comenzaba el camino hacia la transformación.
Siempre hemos pensado que en la residencia hay una especie de magia. Nos acude a la mente esa imagen algo típica de los magos, donde se les ve prender fuego a unos papeles y después de un rápido movimiento de manos y una pequeña humareda, aparece en ellas una paloma. Y nos gusta esta imagen de la magia, donde una cosa es sustituida por otra, como una transformación. Porque, en realidad, nada se pierde, nada desaparece, todo se transforma.
En ocasiones muchos de los chicos y chicas, con un tono algo derrotista, hablan de que su pasado está grabado para siempre y no se puede borrar. En parte es cierto. Nada se puede borrar, ni nuestros malos pasos, ni nuestras decisiones erróneas, ni nuestros tropiezos, nada desaparece ni quizá se deba reprimir, pero todo esa «viruta» y restos que son «basura», se pueden transformar. La magia del fuego. Esa chispa que hemos visto saltar en medio del desastre y que acaba por sacar a relucir lo nuevo. Así, el error se convierte en aprendizaje y el problema en el camino para encontrar las soluciones. Y es aquí cuando se produce la magia, porque todo eso que somos se puede convertir en algo nuevo. La magia hace brotar de esas cenizas una nueva realidad. La magia la tenemos cada uno de nosotros y nosotras en nuestras manos.
Wilson y Jose.
Equipo educativo RSE Cabanyal
El Centro de Menores Cabanyal es un recurso educativo-convivencial dependiente de la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas de la Generalitat Valenciana gestionado por Fundación Amigó desde 2005. Está especializado en la atención de menores entre los 14 y 18 años, que en su proceso de socialización se encuentran en conflicto grave con su medio familiar.