Antes de la actual crisis, el 20,2% de las personas menores de 18 años en España se encontraban en riesgo de pobreza persistente, de acuerdo con los datos de 2018 del Alto Comisionado para la lucha contra la pobreza infantil. Según el informe del Relator Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, tras su visita a España entre enero y febrero de 2020, ese porcentaje a día de hoy es aún mayor, llegando a afirmar que “Los indicadores relacionados con la pobreza, entre los más altos de Europa, son alarmantes: el 26,1 % de la población y el 29,5 % de las niñas y niños se encontraban en riesgo de pobreza o exclusión social en 2018”. Y se confirma un sucesivo aumento gracias a los últimos datos publicados por el INE en julio 2020: “(…) el riesgo de pobreza o exclusión social (AROPE) en España remite ligeramente en todos los grupos de edad excepto en la infancia, donde aumenta del 29,5% de 2018 a un 30,3% en 2019.”
Según el Observatorio Social de la Caixa, las tasas de pobreza infantil en España son muy superiores a las de la población general. La pobreza de las personas menores de edad implica a menudo privación material y es de carácter más crónico que hace una década.
Durante el confinamiento, el personal de nuestros centros de día, en concreto los especializados en atender a familias con diversas problemáticas, ha observado en los contactos con las familias atendidas un aumento aumento de la demanda de ayudas para alimentación y pago del alquiler de la vivienda, debido a la falta de ingresos en las familias. Claramente los efectos de la crisis post-COVID19 serán más severos en aquellas familias que ya tenían dificultades económicas antes de la pandemia, por lo que nos enfrentamos a un aumento de familias y por tanto de niños/as en grave riesgo de exclusión social debido a la pobreza. Lo que nos debe preocupar a largo plazo, y no solo de manera inmediata tras lo peor de la pandemia, ya que nos enfrentamos a un tipo de pobreza que se cronifica y se hereda. El hogar en el que un niño/a crece influye 20 años después en su renta, es decir, en un estudio que compara la renta de los padres/madres con la renta de los hijos/as 20 años después, se demuestra que al menos el 27% de las personas que nacen en hogares muy pobres, van a seguir siendo muy pobres.
El Alto Comisionado para la Lucha contra la Pobreza Infantil define la situación como “pobreza infantil estructural”. Tratándose de una pobreza estructural y hereditaria, debemos tener en cuenta el impacto sobre los niños, niñas y adolescentes, es decir, cómo crecen y cómo se desarrollan estando en situación de pobreza, en qué les va a afectar para el resto de sus vidas. De hecho, según estudios de diversas entidades como UNICEF, Psicología sin Fronteras y la Asociación Española de Pediatría, la pobreza influye de forma determinante en el desarrollo cognitivo del niño, las carencias vividas a temprana edad pueden tener secuelas toda la vida e incluso provocar inseguridad, enfermedades cardiovasculares y riesgo de depresión. En cuanto a sus efectos en los miembros adultos de las familias, hemos observado en las personas con las que trabajamos aumento de ansiedad y estrés debido a la incertidumbre y a la impotencia por no tener trabajo ni poder buscarlo de manera normalizada debido primero al confinamiento y al cierre de guarderías y colegios, y luego debido a la crisis de tantos negocios y empresas. Estas emociones están aumentando los conflictos en el hogar, tanto en las relaciones de pareja, como con los hijos/as.
Al igual que el conjunto de entidades de la Plataforma de Organizaciones de Infancia, de la cual Fundación Amigó forma parte, vemos la necesidad de que los centros de día y centros juveniles, y en general los servicios ambulatorios, como parte de la red de recursos sociales, mantengan y reorienten su actividad, especialmente en la atención de los niños y niñas en riesgo de pobreza y exclusión social en el periodo post-crisis con el fin de paliar sus efectos y contribuir a la mejora de sus condiciones y a la igualdad de oportunidades.
Para dar respuesta a esta realidad, nuestros centros de día y juveniles y nuestros proyectos dirigidos a familias trabajan:
La recuperación tras la crisis ocasionada por la pandemia de la COVID-19 estará marcada por las decisiones que tomemos ahora, estando aún inmersos en ella. Por ello, al pensar en cómo queremos salir de esta situación, tenemos que tener en cuenta a qué le damos importancia en la crisis. Desde Fundación Amigó, cuando los efectos de una crisis sobre las personas son mayores, igualmente mayor también tiene que ser la determinación por trabajar en la defensa de sus derechos y por encontrar soluciones.
El perfil de personas atendidas en nuestros recursos parten de una clara desigualdad de oportunidades en todos los ámbitos (escolar, laboral, de participación social…). Luchamos por compensar esa desventaja y proporcionarles las oportunidades que no han tenido. Ahora nos encontramos con un peligro mayor: que no solo parten de una situación de desventaja, sino que se encuentren con un muro infranqueable que les impida avanzar debido a la crisis actual tras la pandemia y a los próximos años que nos esperan en los que las brechas se harán aún más profundas, dejando a parte de la población sin la posibilidad de romper el círculo hereditario de la pobreza y la exclusión social.
A corto plazo, debemos garantizar la continuidad de las acciones de apoyo a las familias sin recursos, cuyos/as hijos/as no contaban con la posibilidad de realizar actividades extraescolares o de recibir refuerzo escolar por motivos económicos, y seguir realizando acompañamiento profesional y gratuito en nuestros centros juveniles y centros de día, ya que supone un factor de protección de la infancia y la adolescencia.
Es por ello que desde Fundación Amigó mantenemos nuestra determinación para garantizar los servicios de acompañamiento y atención a las personas y a las familias que se encuentran en mayor riesgo de exclusión social que nunca. Dada la situación actual y la presencia aún de la pandemia en este comienzo de la nueva normalidad, debemos seguir adaptándonos, haciendo hincapié en dos pilares de la Pedagogía Amigoniana que guía nuestra metodología: la dignidad inherente de todas las personas y su participación activa en sus procesos de transformación personal y social; y con mayores esfuerzos en luchar contra la pobreza y la exclusión infantil.