Echando un vistazo hacia atrás en la historia educativa, percibimos que a menudo nos han inculcado valores y patrones de actuación que nos incitan a controlar nuestras emociones, en lugar de manejarlas. Lo que parece una simple diferencia de vocabulario, engloba importantes matices que delimitan o potencian un mayor o reprimido bienestar personal.
Por suerte, esta visión está evolucionando debido a los evidentes beneficios que el desarrollo de la inteligencia emocional ofrece, como:
En definitiva, una mejor adaptación al contexto, ya que son fundamentales en la toma de decisiones. Todo lo que sentimos podemos incluirlo dentro de una de las siete emociones guía o emociones primarias (alegría, enfado, sorpresa, miedo, asco, tristeza y vergüenza). No consideramos que ninguna de ellas sea positiva o negativa, no hay emociones buenas o malas, aunque no cabe duda que algunas son agradables y otras desagradables. Debajo de cada una hay una intención positiva, que consiste básicamente en informarnos de lo que ocurre en nuestro cuerpo; nos lanza «mensajes luminosos» acerca de lo que necesitamos, inusual anuncio propagandístico que habitualmente solemos ignorar.
Date cuenta que el mundo lo percibes desde ti, y eso significa que lo que ves, tiene más que ver contigo que con el objeto. La emoción moviliza y la razón nos guía. Lo que queremos transmitir es que no se trata de dejarse llevar por el primer impulso sin considerar las consecuencias. Resulta sencillo enfadarse; lo complicado es saber dónde, cómo, cuándo y con quién debo defender mis límites.
Como hemos mencionado anteriormente, las emociones primarias son la guía de acción para satisfacer nuestras necesidades. Son sentimientos adaptativos a la situación actual. Pero no sólo existen éstas emociones, sino que la complejidad de nuestro cerebro nos pone algunas trabas, consecuencia de nuestras experiencias anteriores. Éstas son las emociones secundarias, que suelen aparecer cuando sientes que no puedes hacerte cargo de tu sentimiento central porque colisiona con tu idea de ti mismo, son emociones defensivas. Es importante atenderlas y escucharlas para acceder a la emoción primaria, y poder dar respuesta a nuestra verdadera necesidad.
Por último, encontramos las emociones instrumentales, las cuales dejamos aparecer con el propósito de influir y obtener algo que se desea. Está emoción está bien gestionada cuando buscamos el bienestar mutuo, nunca únicamente el propio beneficio.
Solamente cuando una habilidad se domina muy bien es accesible de forma automática, de ahí la importancia de introducirlas desde la infancia. Evitemos que nuestros hijos tengan que resurgir de las cenizas como el Ave Fénix, y pongamos a su disposición las herramientas necesarias para que crezcan como adultos felices.
Eneida Cabo y Blanca Diez, educadoras en la Casa de los Muchachos y SOAM