A lo largo de los últimos años se ha venido constatando una transformación de nuestra sociedad, donde las familias han visto cómo los valores y criterios tradicionales han ido cediendo a un paisaje que requiere nuevos criterios y pautas de crianza, nuevas estrategias y, sobre todo, un nuevo estilo educativo (Pereira, 2006, 2010, 2011; Urra, 2006, 2015).
Estos continuos cambios sociales y las dificultades de adaptación de los sistemas familiares tradicionales han derivado en un aumento de las conductas agresivas o de maltrato por parte de menores de edad a sus padres, requiriendo esta circunstancia de un abordaje que pueda dotar a estos menores y a sus familias de herramientas y hábitos funcionales y reconstructivos de sus relaciones personales y familiares.
La cronicidad de la violencia y el maltrato dentro del ámbito familiar no sólo suponen una carga de estrés añadido a la ya compleja situación actual de las familias, sino que acaban produciendo un daño irreparable en los afectos entre los miembros, suponiendo una clara situación de riesgo para los menores que en un porcentaje importante requieren de una salida del domicilio, bien a través del Sistema de Justicia bien por medio de los Servicios de Protección a la Infancia.
Si a la ausencia de una red de apoyo estable en el adolescente en ese periodo de desarrollo y de mayor vulnerabilidad se le añaden las siguientes características emocionales y comportamentales desarrolladas a lo largo de los años de conflicto familiar, la situación de riesgo de exclusión y de inadaptación social en la que el menor queda es evidente (Lorenzo López, 2010).
Estos adolescentes encuentran más dificultades en su proceso de maduración y socialización, de forma acentuada en su medio familiar, lo que provoca situaciones de conflicto intergeneracional que dañan irremediablemente los lazos afectivos y relacionales, necesitando orientación y acompañamiento para revertir esa dinámica en su relación familiar, situándose éste como un problema a abordar de forma inmediata.
Para poder realizar una intervención efectiva en estos casos es imprescindible conceptualizar adecuadamente las dificultades objeto de trabajo.
Los comportamientos agresivos de los adolescentes se constituyen normalmente en agresiones físicas, daño a personas u objetos, burlas de los demás, ofensas, amenazas o el uso de palabras y gestos inadecuados para dirigirse a los padres o a los adultos que ocupan su lugar. El proceso habitual que siguen estas conductas es el de ir aumentando de intensidad, comenzando por insultos y descalificaciones, después pasando por amenazas y rotura de objetos, finalizando con agresiones físicas cada vez más graves.
Aunque la muestra externa y visible de esta problemática sea la violencia de los/as hijos/as, si se evalúan correctamente cada uno de los casos se observará que el maltrato no es más que la punta del iceberg de un problema que se estaba gestando años atrás. Así, es una patología del amor en la que una familia, el hijo o la hija, expresan su malestar a través de la violencia verbal, material y física y psicológica hacia sus padres o las personas encargadas de su cuidado y que, con el tiempo, acaban convirtiendo estas conductas en instrumentales, haciéndose con el poder y el control en el ámbito doméstico (Pereira, Coord., 2011).
El objetivo de las Escuelas de Convivencia es dotar a los padres de estrategias para mejorar sus pautas de crianza y la relación con sus hijos/as, consiguiendo a través del comportamiento de los padres que los/as hijos/as abandonen sus conductas agresivas.
Las Escuelas de Convivencia permiten a los progenitores compartir sus experiencias negativas con otros padres y, con ello, sentirse comprendidos y apoyados por semejantes (situación que no se produce en su entorno habitual). Además de facilitar que adquieran conocimientos teóricos sobre el proceso por el que han llegado al punto actual de conflicto con sus hijos, que sean capaces de interiorizar una hipótesis sobre el origen y mantenimiento de esos problemas, y que adquieran técnicas que poner en marcha para comenzar a introducir cambios en las dinámicas familiares. Todo ello con el apoyo de los profesionales y la experiencia de padres que viven una situación similar de conflicto.