Me llamo Javier y tengo 23 años. Hace varios meses que conocí, a través de un familiar, el Friendship Home Luis Amigó en Manila (Filipinas). Tras valorarlo, finalmente me decidí a venir a colaborar con un proyecto que lleva más de veinte años de existencia. Antes de partir, cuando lo comentaba con mis familiares y amigos, todos me preguntaban: ¿qué vas a hacer allí, cual será tu trabajo?, a lo que yo respondía: pues no lo sé muy bien, ayudar en lo que pueda… Después de dos intensas semanas de adaptación, no sé si puedo contestar a esa pregunta todavía, pero lo que sí puedo hacer es contar todo lo que he visto y aprendido durante este tiempo.
El centro está integrado por varios/as trabajadores/as y varios amigonianos, que tienen a su cargo cerca de cien jóvenes entre diez y veinte años. No es sólo un lugar donde puedes ampliar tus conocimientos y recibir ayuda material para el día a día, podríamos decir que es una escuela de valores. Desde pequeños, los/as jóvenes que se benefician del Friendship Home aprenden conceptos como el esfuerzo, el compañerismo, la honestidad y forman una comunidad entre ellos/as, una sociedad autogestionada, ya que son los/as mayores quienes enseñan, ayudan y cuidan de los/as más pequeños/as, todo ello bajo la tutela de los miembros del centro.
Algunos de los mayores, que ya son universitarios graduados o a punto de graduarse, me relatan sus experiencias y cómo el centro les ha servido para llegar a estudiar y tener más claro que hacer en la vida. Parafraseando el dicho, “enséñales a pescar y jamás pasarán hambre”. El almirante de esta flota de pescadores es Luis, encargado no sólo de enseñar a pescar al casi centenar de muchachos del centro, sino también a los hermanos y trabajadores que habitan y trabajan en el centro.
Uno de los valores que se aprenden aquí es el concepto de dar y recibir, y es el más peligroso para un servidor, porque muchas veces te hace pensar si les estas devolviendo alguna parte de lo que ellos te están dando, intentaré estar a la altura. Pese a tratarse, como decía, de una comunidad, no es en absoluto una comunidad cerrada, al contrario, es una comunidad que fluye, acostumbrada a la entrada de nuevos miembros y a la salida de otros, es por eso que la gente ha sido muy hospitalaria conmigo. Es también una de las cualidades de este país, no han dudado a la hora de tratarme como uno más e incluirme en su vida cotidiana; mi adaptación ha sido muy rápida.
Puedo decir que cada día aprendo algo más de su cultura e historia; que están ciertamente relacionadas con la nuestras (principalmente en el lenguaje), y eso supone una experiencia realmente enriquecedora. Con su permiso, dejaré para otras entregas la narración de mis peripecias con la cultura filipina y mi modesta colaboración con el proyecto que se lleva a cabo aquí, que si no gasto todo lo que tengo que contar muy rápido. Pagbati mula Manila!