El cambio comportamental de los/as hijos/as junto al cambio en los/as adultos/as para evitar los conflictos, es el punto de inicio de la violencia filio-parental. Los padres y las madres, por su parte ceden a los comportamientos inadecuados de sus hijos/as pensando que así reducirán la conflictividad. Sin embargo, los/as menores aprenden que esas conductas les sirven para lograr sus objetivos, aumentando la probabilidad de que se repitan en el futuro o aumenten de intensidad si en alguna ocasión no obtienen el resultado que esperan. Este es el momento de frenar la violencia para evitar su escalada, aunque nos parezca leve o intermitente.
Los/as hijos/as comienzan a plantearse la jerarquía familiar situándose en una posición de iguales respecto a sus mayores. No respetan la autoridad, quitándole importancia a las normas y a las consecuencias. Se valoran a sí mismos como autónomos, propiciándose conductas de riesgo y pérdida de estructura diaria. La no responsabilidad de sus actos y que los padres/madres comiencen a ceder a la violencia, propicia la aceptación de la violencia como método lícito de resolución de conflictos.
A la hora de acompañar a nuestro hijo o hija en su crecimiento y maduración, así como en su correcta socialización, debemos tener en cuanta tres aspectos fundamentales a partir de los cuales nuestro equipo educativo ha elaborado un decálogo que permita guiar nuestras acciones.
1. AFECTO: A través de nuestras acciones debemos ser capaces de transmitirles que es importante para nosotros, aunque en ocasiones cuestionemos cosas que hace.
2. COMUNICACIÓN: Debemos aprender a comunicarnos con nuestros hijos e hijas de manera adecuada, dando importancia a la expresión de lo positivo.
3. DISCIPLINA: La educación no puede estar exenta de límites. Las normas educan, guían y dan seguridad a nuestros hijos/as.